Te explicamos qué es el compost, cómo se produce y cómo contribuye a mejorar la fertilidad del suelo.

El compost es un abono orgánico obtenido a partir de la descomposición natural de materiales vegetales, residuos agrícolas o restos animales. Su función principal es mejorar la estructura del suelo, aumentar su fertilidad y promover un equilibrio biológico saludable en los cultivos. En la agricultura moderna, el compostaje se ha convertido en una herramienta clave para la sostenibilidad, ya que permite transformar desechos en nutrientes, reducir la dependencia de fertilizantes químicos y cerrar el ciclo de la materia orgánica.
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El proceso de compostaje ocurre gracias a la acción de microorganismos —bacterias, hongos y actinomicetos— que descomponen la materia orgánica en presencia de oxígeno. Este proceso libera calor, dióxido de carbono y vapor de agua, dando origen a un producto estable, oscuro y con olor a tierra fértil. Sin embargo, para lograr un compost de calidad, es necesario controlar factores como la proporción de materiales, la humedad, la aireación y la temperatura.
El compost se diferencia de otros abonos orgánicos porque no es simplemente materia en descomposición, sino un material biológicamente activo, rico en microorganismos benéficos que ayudan a prevenir enfermedades, mejorar la retención de nutrientes y aumentar la capacidad de intercambio catiónico del suelo.
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Los materiales base del compost: el equilibrio entre carbono y nitrógeno
El éxito de un buen compostaje depende de la proporción adecuada entre materiales ricos en carbono (C) y materiales ricos en nitrógeno (N). Esta relación, conocida como relación C/N, debe mantenerse entre 25:1 y 30:1 para garantizar una descomposición eficiente.
Los materiales ricos en carbono —también llamados materiales secos— incluyen residuos vegetales como viruta de madera, cascarilla de arroz, paja, aserrín o hojas secas. Por otro lado, los materiales ricos en nitrógeno provienen de fuentes frescas como estiércol, restos de cosecha, residuos de frutas y verduras o pasto recién cortado.
En el caso de Vidagro, se utiliza una base de cascarilla de arroz o viruta, materiales que aportan una textura aireada y permiten mantener la humedad adecuada sin encharcar el sustrato. Esta combinación ayuda a controlar los olores, mejora la oxigenación y favorece el desarrollo de microorganismos benéficos, garantizando un compost homogéneo y estable.
Mantener el equilibrio entre carbono y nitrógeno es esencial. Un exceso de materiales secos puede ralentizar el proceso, mientras que demasiada materia fresca genera malos olores y lixiviados. El compost de buena calidad no debe tener olor desagradable ni presentar humedad excesiva; debe ser suelto, de color oscuro y con aspecto similar al de un suelo fértil.
Etapas del proceso de compostaje
El compostaje es un proceso controlado que ocurre en cuatro fases principales: mesófila, termófila, de enfriamiento y de maduración. Cada una tiene una función específica en la transformación de la materia orgánica.
Durante la fase mesófila, los microorganismos comienzan a degradar los compuestos más simples, generando un aumento de temperatura. En la fase termófila, la temperatura interna del compost alcanza entre 55 °C y 65 °C, lo que permite eliminar patógenos, semillas de malezas y larvas de insectos. Esta etapa es crucial para asegurar la inocuidad del producto final.
Posteriormente, en la fase de enfriamiento, la actividad microbiana disminuye y se incorporan nuevos organismos que descomponen compuestos más complejos como la celulosa y la lignina. Finalmente, en la fase de maduración, el compost adquiere estabilidad biológica, se enfría y desarrolla un olor característico a tierra. Esta última etapa puede durar entre 30 y 60 días, dependiendo del clima y del tipo de materiales utilizados.
Factores que influyen en la calidad del compost
Varios factores determinan la calidad final del compost. La aireación es fundamental, ya que los microorganismos que intervienen en el proceso necesitan oxígeno para descomponer la materia orgánica. Por eso, los volteos regulares son esenciales para mantener condiciones aeróbicas.
La humedad debe mantenerse entre el 50 % y 60 %. Si el material está demasiado seco, la descomposición se detiene; si está demasiado húmedo, se reduce el oxígeno y el proceso se vuelve anaeróbico, generando malos olores. Una forma práctica de evaluar la humedad es tomar un puñado de compost y apretarlo: debe liberar una leve humedad sin gotear.
La temperatura también es un indicador clave. Valores entre 55 °C y 60 °C indican una actividad biológica óptima. Si el compost no alcanza esas temperaturas, puede ser señal de una mezcla pobre en nitrógeno o de falta de oxígeno.
El tamaño de las partículas influye en la descomposición. Materiales muy grandes tardan más en degradarse, mientras que partículas demasiado finas dificultan la circulación del aire. Lo ideal es mantener un tamaño uniforme, con trozos medianos que permitan el flujo de oxígeno y la retención de humedad.
Compostaje a escala agrícola y beneficios para los cultivos
En la agricultura, el compost se aplica como mejorador del suelo y fuente de nutrientes orgánicos. Aporta macronutrientes como nitrógeno, fósforo y potasio, además de micronutrientes esenciales. Pero su mayor valor está en el aporte de materia orgánica estable, que mejora la estructura del suelo, favorece la retención de agua y reduce la erosión.
En cultivos de hortalizas, frutales, café, caña o papa, el uso continuo de compost permite disminuir progresivamente la dependencia de fertilizantes químicos sin comprometer el rendimiento. Además, mejora la biodiversidad del suelo al estimular microorganismos benéficos que protegen las raíces y fortalecen las plantas frente al estrés hídrico o enfermedades.
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Dosis orientativa: entre 3 y 6 toneladas por hectárea, incorporadas durante la preparación del terreno o aplicadas como cobertura orgánica. En suelos degradados o con baja materia orgánica, se recomienda aumentar la frecuencia de aplicación durante los primeros ciclos productivos.
El valor ambiental y económico del compostaje
El compostaje no solo mejora la productividad agrícola, sino que representa una solución ambiental eficiente. Permite reducir los residuos orgánicos que terminan en vertederos, disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero y contribuyendo a una economía circular dentro del sector agroindustrial.
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Desde una perspectiva económica, elaborar y aplicar compost de forma constante genera ahorros a largo plazo, ya que reduce la compra de fertilizantes sintéticos, mejora la eficiencia del agua y conserva los suelos fértiles. Además, al ser un producto local, minimiza los costos de transporte y disminuye la huella de carbono asociada a los insumos agrícolas.
El compost es, en definitiva, una herramienta estratégica para la agricultura del futuro: sostenible, rentable y alineada con las buenas prácticas agrícolas. Implementar su uso de forma planificada no solo mejora la salud del suelo, sino que fortalece la productividad y competitividad de las fincas a nivel nacional.









